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  UNA PALABRA QUE TRANSFORMA
  Vélez de Benaudalla. Septiembre 2016.

Juan es un cristiano de una pequeña comunidad en un país islamizado como Níger. A unos treinta kilómetros de Torodí, nos encontramos con el pueblo de Fallarí. De allí es Juan.




El pasado 11 de abril tuvo un accidente de moto. Chocó con una vaca y del golpe la mató. El perdió la conciencia. Ya en el hospital central de Niamey le dijeron que la moto le cayó encima, comenzó a arder, y pudo salvar la vida de milagro, no así las piernas, que hubo que cortarlas a la altura de su cintura. También tenía multitud de quemaduras, sobre todo en el brazo derecho, que afortunadamente no fue amputado.

Desde el primer día contó con la ayuda de su familia, que tuvo que vender algunas cabras para hacer frente a los gastos, de la comunidad, y de mi compañero Isidro, que cada vez que acudía a Niamey no dejaba de visitarlo.

- Voy al hospital. Quiero ver cómo va un enfermo de una de nuestras comunidades. ¿Me acompañas?

- Por supuesto que sí - le dije yo. No lo dudé ni un solo instante.

De camino me puso en antecedentes de las circunstancias del enfermo, su familia, la comunidad. Nada más entrar no pude evitar un recuerdo cariñoso a Yves Bernard, que ya está en Francia, con más de ochenta años, jubilado. Supongo que buena parte de su corazón aún lo tiene puesto en Níger, en donde tanto bien ha hecho con su presencia discreta entre los enfermos, humilde, con su dominio del yerma para dirigirse a todos con palabras de aliento, con proverbios, con sentido del humor. La gente lo recordaba como un hombre de Dios y yo me sentí orgulloso de que así fuese. La huella que ha dejado perdura.

Después de su partida nadie ha tomado el relevo para visitar sistemáticamente a los enfermos. Yo le comenté a Isidro, que si un día vuelvo, no dudaré en tomar relevo de Yves. Pero todo se andará.

Cuando saludamos a Juan las enfermeras ya habían terminado de asearlo y de curar sus heridas. Yo intercambié con él algunas palabras en yerma, que para sorpresa mía, venía a mi memoria con más fluidez de la que podía imaginar. Esa ha sido una de las grandes sorpresas de mi estancia allí: el aprendizaje de la lengua, las muchas horas de trabajo no habían sido en vano.

Pero vuelvo a la historia de Juan porque vale la pena ser contada, como vale la pena contar tantas historias anónimas que se quedan en el olvido.

Pocos días después del accidente y de la amputación de sus piernas no es de extrañar que se desease la muerte. Juan sufría mucho y no quería seguir adelante con aquel calvario de dolor y oscuridad.

- Búscame un producto – le decía a un familiar, -que no aguanto más así y quiero morir.

Su familiar le daba largas y le contestaba que todavía no había encontrado lo que le pedía pero que estaba en ello.

Mientras tanto Juan rezaba, su familia lo ayudaba a rezar, y su comunidad también. Isidro también rezaba por él, y yo en aquella mañana que lo vi por vez primera lo encomendé a las manos de Dios.

Un día, me contó Isidro aquella misma mañana, nuestro enfermo leyó el siguiente pasaje de Marcos: “Si tu pié te hace caer cortártelo. Más te vale entrar cojo en la vida que ser arrojado al fuego con los dos pies”. Y aquella frase, que tantos quebraderos de cabeza nos da a los sacerdotes cuando tenemos que explicarla, a él le supuso una luz portentosa que lo sacó de la depresión en la que se encontraba, y alejó de su pensamiento y de su voluntad la idea del suicidio. Él se dijo para sí: “Más me vale entrar en el paraíso sin los pies, que perderme el encuentro con Dios quitándome la vida antes de tiempo.” Y puso su cuerpo maltrecho en manos las de Dios, con una confianza y una fe fuera de lo común.

Su familia lo sigue apoyando, Isidro también. A la comunidad hay que darle un empujoncito para que no se relajen y lo sigan sosteniendo.
El testimonio de este enfermo, la sonrisa que pude ver dibujada en sus labios, fue para mí un don, una gracia, una lección enorme de fe, de ánimo, de valentía, que me sacudió como ser humano y como cristiano. La última noticia que tengo es buena. Ha conseguido sentarse en una silla de ruedas y su evolución es favorable.

Esta es la historia que hoy he querido compartir con vosotros. No olvido lo que tantas veces he escrito y he vivido, que son ellos, los más pequeños, los que más sufren, los que nos evangelicen.

Que el Dios de la vida, de los empobrecidos, de la gente sencilla, de los olvidados, nos bendiga y sacuda nuestras conciencias para que nunca perdamos de vista el horizonte del Reino.

Paco Bautista, sma. Desde Vélez de Benaudalla un abrazo fraterno.